
Llegué a tí gracias a la invitación que me hiciste hace años mientras leía los relatos de tu hijo querido, el flaco de manos largas y orejas grandes a el que los literatos le llaman Kafka pero al que yo prefiero llamar sólo Franz.
Te pisé y tuve la sensación de estar leyendo un libro que de inmediato se convirtió en mi favorito, un libro del que no me quería perder ningún capítulo, ningún detalle…
Al igual que con tu amiga París ya tú y yo nos habíamos conocido, habíamos podido conversar en varias oportunidades pero cuando te tuve en frente nuestra manera de comunicarnos cambió, un silencio perenne se hizo presente, ese silencio necesario para poder asimilar y contemplar todo aquello que me mostrabas.
No quería pensar. Sólo quería sentir, sentir hasta tu viento frío que provenía del Moldava y tu olor a canela y algodón de azúcar…


Cuando pude hablar te dije que había trazado un mapa para recorrerte previo al viaje pero no, tú tenías otros planes y no sabes cuánto te agradezco que así haya sido.
Me abriste paso a tus calles empedradas, me llevaste a cruzar tus puertas medievales y tus vidrieras de cristal y marionetas de colores.
Eras una maqueta tan perfecta que tuve la sensación que te había diseñado el mejor arquitecto del mundo y sentí nostalgia en ese momento porque no me había ido y ya te extrañaba, sentí que una parte de mi te pertenecía pero que debía seguir mi camino, ¡cuánta nostalgia, Praga!, te acaba de conocer frente a frente y ya sabía que quería volver a tí una y otra vez.
Además tenía que decirte que en el instante en el que dije que te visitaría muchos de tus amigos se alegraron, todos te recordaban como esa mujer encantadora de labios rojos que cuando sonríe parece que se detuviese el mundo, todos ellos querían abrazarte de nuevo.
Fueron varios los que te mandaron un gran saludo. No me quedé sin expresarte mi admiración por tu arte, tu rebeldía, lo que le gritas al mundo a través de tus murales y esculturas.
Mi admiración porque a pesar de que has sufrido te has levantado como la mujer digna que eres, como aquella que lucha por sus hijos, tan guerrera que te impusiste a que te destruyeran durante las guerras o más bien, no te quisieron tocar porque a los jardines de rosas no se les toca y eso lo sabe hasta el más villano…


Me invitaste a caminar cada calle, me tomaste de la mano y me llevaste a recorrer tus lugares menos transitados. ¡Gracias! En esos instantes de soledad junto a ti fui muy feliz, en la intimidad nos hicimos aún más cercanas.
Me mostraste el bazar de marionetas -esas con las que tanto te gusta jugar porque a pesar de tener un alma vieja y sabia sigues conservando tu niño interior, sigues siendo la misma Bohemia de siempre.
Recuerdo que al llegar a la idílica laguna de cisnes a los pies del Moldava les dijiste que bailaran para mi, era como si de fondo sonara un vals de Strauss; y tu sonreías sutil y misteriosa como la Mona Lisa, con tanto que decir pero prefiriendo ser reservada mientras me observabas jugar entre los charcos y correr bajo la lluvia.
