
¡Mostar! Mostar me parece una palabra encantadora y desconozco la causa ya que, digamos, no suena como «lavanda», «luna», «azucena» pero, extrañamente, la creo hermosa.
Es probable que sea por el color esmeralda que se me viene a la mente cada vez que la veo o por la miel instantánea que saboreo cuando la pronuncio pero lo cierto es, que por las razones que sean, “Mostar”, ha pasado a ser una de mis palabras favoritas.
Esto no siempre fue así y tengo que confesárlo, de hecho, la primera vez que supe que existía una ciudad portadora de uno de los puentes más emblemáticos de la arquitectura otomana anclada en un rinconcito muy querido pero también muy sufrido de la antigua Yugoslavia, fue tan sólo un año atrás, un día cualquiera en los que me senté a leer un poco de historia sobre Bosnia-Herzegovina previo a nuestro viaje a Sarajevo.
Así fue como en mi ritual pre-viaje pude ver por primera vez una imagen del Stari Most (el famoso puente viejo que atraviesa el río Neretva) y dije sin pensarlo: «Quiero conocer a Mostar».

No obstante, la curiosidad que tenía por llevar a cabo la esperada visita estaba entrelazada con sentimientos de alegría y nostalgia.
Hacía un mes atrás Orla y yo habíamos estado en Sarajevo y como ya les he contado aquí, esta ciudad es la palabra resurrección pura y dura.
En el camino hacia Mostar mientras miraba por la ventana las pequeñas casitas con techitos puntiagudos color rojo y las imponentes montañas rocosas, algo me decía que el mismo sentimiento de desolación que había sentido en Sarajevo no iba a ser diferente en la vieja Mostar y, para colmo, yo andaba en una racha depresiva donde lo menos que quería era ver cosas tristes.
Llegada a la estación de bus, mi instinto sentimental tenía razón, la primera impresión que tuve al bajarme fue que ahí vivía el señor Olvido.
Las calles estaban grieteadas, llenas de casas abandonadas que lucían las espantosas huellas de la guerra y cuyas ventanas mohosas permitían ver las bolsas de basura y obras de artes en las paredes, decoradas con mensajes de una sociedad que tiene mucho que decir y que algunos llaman grafitis.

En el camino al lugar de hospedaje, sólo un peludo gato pudo sacarme de momento de la nostalgia que sentía con su mirada fija en la nada, como quien observa el tiempo pasar y no se inmuta. El sólo me miró de reojo y se dejó retratar por esta intrusa extranjera que no alteró en nada su postura.

Luego de andar alrededor de quince minutos, llegamos. Nos recibió Dzeneta, la dueña del lugar y como buena mujer balcana, su simpatía y bienvenida no pudo ser mejor.
Inmediatamente se puso a hablar de los lugares que teníamos que ver, dónde podíamos comer y todo el protocolo necesario que dan los anfitriones.
Yo esperé con ansias que terminara de ponernos al día para ir a ver aunque fuera de lejos, el famoso puente pese a la lluvia; necesitaba verlo, la ansiedad me mataba.
Quería ver algo que me convenciera que el haber ido a la emblemática ciudad de Herzegovina no me iba a poner triste.
Caminamos menos de una cuadra y a lo lejos lo pudimos ver, con su decoración oriental, su pendiente hojibal perfecta engalanando el río de agua verde intenso que desplazó al azul por ser tan común; justo enfrente de nosotros estaba el Stari Most, luciendo hermoso a pesar de la borrosa vista causada por la neblina.
En aquél momento lo primero que recordé era lo que me decía mi abuela: «El que es bonito, es bonito como sea” y la nostalgia que me invadía se transformó en alegría.
Seguidamente, comenzamos a recorrer cada callecita empedrada, a observar los pequeños bazares turcos con sus lámparitas, telas y cofrecitos coloridos que gritaban “¡compráme!” sin importarles si tenía dinero o tan siquiera algún espacio para ubicarlos.

La teletransportanción cultural que sentía entre Oriente y Occidente cada vez se hacía sentir con mayor fuerza, podía ver como de un lado del puente estaban las iglesias católicas con sus esbeltas torres de campanarios que parecían competir en altura y esplendor, con los largos minaretes de las mezquitas ubicadas al otro extremo.
Al caer la tarde, luego de contemplar el río una y otra vez (era el agua más bella que había visto jamás), nos fuimos a comer a un acogedor restaurancito donde el aire a Turquía estaba en cada pata de las sillas y el sabor de la cocina bosniana era un manjar.
Cuando se hizo de noche el silencio se incrementó en la ciudad, los patos del Neretva se acurrucaron y nosotros nos fuimos a dormir después de tomar un té turco caliente.
Al día siguiente a pesar del frío, volvimos a deambular por sus calles y decidimos conocer la nueva y moderna Catedral de Mostar.
Guiándonos por un mapa local llegamos primero a la Plaza España y las casas abandonadas, espantosamente embasuradas seguían apareciendo como aquél primer día y lo que más me sorprendía es que eran las vecinas de algún edificio lujoso.

Luego de tanto caminar, descubrimos la Mostar moderna y justo ahí estaba la otra cara de la moneda, la que no nos dejó sin un «Wow, esta ciudad es una cajita de sorpresas”.
Unos pocos pasos más allá de los vestigios de la guerra y los cargados cementerios se encontraba la Mostar nueva, presumiendo de sus universidades, teatros, un Mall inmenso y su grande catedral con murales neocubistas al interior.
A partir de ese momento entendí que MOSTAR ES MUCHO MÁS QUE UN PUENTE, también es respeto y tolerancia, dos sustantivos que cruzan día a día de la mano la pasarela otomana que caracteriza a la bella Mostar.
Este puente o pasarela es una representación simbólica que traspasa ideales y creencias, es la unión de Oriente y Occidente con centenares de años encima, muchas historias que contar y ejemplos para dar.
Si viajas a Bosnia te servirá de mucho este post:
GUÍA PARA VIAJAR A BOSNIA-HERZEGOVINA (TODO LO QUE NECESITAS SABER).
Y para conocer un poco más sobre Bosnia y el tema de la guerra puedes leer:
He estado viviendo 2 años y medio en Mostar, pero en el otro lado (la parte croata), me alegro que te gustara la ciudad y me ha dado nostalgia leer tu relato 🙂
Muchas gracias, Jordi 🙂 Qué bien, Mostar es preciosa y se come divino. Una maravilla que vivas allá 🙂 Saludos!
De nada Jasse, la comida en BiH es brutal, sobretodo la carne, el cevapi, burek, rostilj, etc. Ahora hace casi 1 año que vivo en Croacia. Tambien he viajado por todos los balcanes incluyendo Montenegro, Serbia, Macedonia, Kosovo, etc. En fin, un gran blog, enhorabuena Jasse, cuidate 🙂
Qué genial, me encanta los Balcanes 🙂 Muchísimas gracias, Jordi!