
EL PRIMER DÍA EN LA UNIVERSIDAD
Llego a clase, asustada, las manos me sudan, los labios me tiemblan. Acabo de despedir a mi madre en el ascensor explicándole porqué no quiero que me acompañe hasta la puerta del salón: —Hasta aquí mamá, no quiero pasar pena mi primer día de clases en la uni. Mi madre asiente y se retira.
—Buenos días estudiantes, bienvenidos a la primera clase de historia que han de tener en la vida.
—¿Cómo así profesor? ¿Está queriendo decir que nunca hemos cursado una cátedra de historia?, ¿Y qué pasa con el colegio? El profesor -quien luce calvo, alto, con lentes y tirantes- sonríe como ventrílocuo y pregunta:
—A ver, ¿Quién sabe dónde queda hoy en día la antigua Constantinopla? Silencio prolongado… Continúa el profesor: —Era de imaginarse, ahora ya no les enseñan estas cosas sino dónde quedan Las Vegas y Hollywood.
CLASE UNO: INTRODUCCIÓN A LA ANTIGUA CONSTANTINOPLA
—Constantinopla, fundada por el emperador Constantino en el 324, fue durante años la capital del imperio Bizantino. Su auge y su poder fueron tanto que muchos la consideraron «La Capital del Mundo».
En el 360 se construyó una catedral al estilo bizantino dedicada a la Divina Sabiduría, Hagia Sophia. Fue durante casi mil años la catedral con mayor superficie del mundo, símbolo de la cristiandad hasta que fue tomada por los turcos otomanos.
Hoy en día funciona como museo y como testimonio de los tiempo dorados de Roma. Miren para acá, ésta es la gran Hagia Sophia ubicada en el complejo de Sultanhamet, en frente de la Mezquita Azul.
En ese momento recibo una Epifanía: «Yo tengo que conocer a Hagia Sophia, mis pies tienen que recorrer el complejo de Sultanahmet, entrar a la Mezquita Azul, el Palacio Topkapi, todas estas maravillas las tengo que ver algún día».
Ya era un hecho, me había enamorado de la antigua Constantinopla y nada me iba a sacar de la cabeza aquél sentimiento que se hizo vivaz en mí durante mi primer día de clases.

LA LLEGADA
Pasaron los años (unos 9 aproximadamente) y mi anhelo se hizo realidad, llegué a la Constantinopla de hoy en día, a Estambul, y recorrí por dos días consecutivos el complejo arquitectónico de Sultanahmet. Sin embargo, mi primera impresión de “wow” al pisar Turquía llegó en el segundo cero al bajarme del avión.
Tres mujeres, cubiertas de pié a cabeza con una túnica negra sin ni siquiera mostrar sus ojos, seguían a dos hombres (uno mayor y otro chico) quienes tenían una expresión de disgusto y rabia en sus rostros; las mujeres sólo callaban mirando al piso.
A partir de allí pensé: “Oh, qué ajena me siento a esta cultura, era verdad todo lo que veía en El Clon” y mientras salía de mi delirio volví a entrar en otro: A lo lejos, vi acercarse a un grupo de africanos vestidos de animal print cantando una especie de canción étnica. «¡Ajá, sí! -me dije- definitivamente ya no me encuentro en Occidente aunque el mapa diga que esto es Europa!»
DÍA UNO
Entramos al metro y la primera sorpresa que me encuentro es un hombre vestido de militar al lado de una maquina gigante para detectar armas, pienso “¿Qué habrá pasado? ¿Por qué estará esta maquina aquí?”
Al cabo de una hora ya me había acostumbrado, resulta que en Estambul hay maquinas detectoras de armas y militares en todas las entradas a las estaciones de metro, centros comerciales y lugares turísticos a causa del último ataque terrorista que recibieron.[Cataplún, empecé a sentir mi primer choque cultural fuerte de verdad].
Teníamos que ir a Taksim -zona en la que nos hospedaríamos- y al llegar a la plaza una manifestación de personas con banderas rojas y parlantes nos recibieron, parece que ese día se conmemoraba una fecha patria. Seguimos caminando hasta adentrarnos en la calle principal de Taksim (esa por donde pasa el tranvía rojo tan famoso de las fotos) y el río de gente me empezó a abrumar.
Nunca había visto tanta pero tanta gente caminando al mismo tiempo por una calle a un ritmo incontrolable -como se nota que aún no he estado en el Sudeste Asiático-.
Empecé a caminar rápido, cuidando siempre de mis pertenencias porque ya me habían advertido que los carteristas abundan pero manteniendo mis sentidos alertas.
No dejé de percatarme de los músicos callejeros que tocaban la cítara y entonaban música oriental, una chica tocaba el violín en una esquina y en la otra, un grupo de peruanos hacían música indígena vestidos al mejor estilo de los incas (y con plumas en la cabeza).
Me reconocí viviendo un momento histórico-cultural tan diferente a todo lo que había experimentado antes. Y lo disfruté, sí que lo disfruté.
ESOS SON DULCES TURCOS
—¿Qué es esa columna de colores que se ve tras aquél cristal?.
—¿Cuál? ¡Ah, ya! ¿Aquella?.
—Sí, esa, es gigante, vamos, quiero saber qué es.
—¡Oh, son dulces turcos, qué maravilla!—Exclamé.
Sí, eran dulces turcos apilados en una columna enorme y toda la tienda estaba llena de ellos, habían de pistacho, almendras, chocolate, de todo lo que se me hubiese podido pasar por la cabeza, aquello era el palacio hegemónico de los dulces. No tardé en comprarme una cajita con muchos tipos, quería probarlos todos.
Probé, casi todos me gustaron, «ahora qué hago -pensé- estoy jodida», «me encantan estos dulces y al irme de Turquía no los voy a comer más». Solución momentánea: Sobredosis de dulce: desayuno, almuerzo y cena.
Y EL SHAWARMA, ¿DÓNDE ESTÁ ?…
—¿Sabes? Yo siempre había querido venir a Turquía a comer, desde niña he sido amante del Shawarma así con mucha salsa y ahora que estoy acá quiero probar uno autóctono de verdad.
—Espera Jasse, ¿De qué hablas? Aquí no venden Shawarmas, venden es Kebab que no es lo mismo, si quieres comer Shawarma tienes que ir al Líbano, los Shawarmas son de allá, no de aquí.
—¿En serio no son lo mismo? Tenía entendido que Kebab y Shawarma eran lo mismo sólo que aquí se llaman Döner Kebab.
—Bueno, vamos a preguntar.
Luego de una larga investigación (no le preguntamos a nadie, nos dio pena, buscamos en google), nos enteramos que sí eran lo mismo sólo que «Shawarma» era la palabra en árabe.
Sin embargo, al probar los Kebab me di cuenta que no sabían igual a los Shawarmas a los que yo estaba acostumbrada, eran más pequeños y no tenían salsa de garbanzo sino de yogurt. La verdad sentí un poco de desilusión aunque igual me los disfruté…
Y ESA ERA HAGIA SOPHIA
—¡Vamos, levántate!, hay que ir a Santa Sofía y a la Mezquita Azul y a la Torre de Gálata y a la Cisterna y a muchas partes —la lista era interminable… me había leído un libro entero de todo lo que teníamos que ver en Estambul.
Ilusionados llegamos temprano a Sultanahmet y ahí estaba la bella Hagia Sofía, luciendo radiante tras miles de años encima pero, ¡Sorpresa! Estaba cerrada y la mezquita Azul, también.
—¿Qué? ¿Es en serio? Me he pasado 9 años de mi vida soñando con estar acá y ahora me consigo con que están cerradas las dos… ¡Coñooo!
—¡Cálmate! Acabo de leer que Santa Sofía cierra los lunes pero la Mezquita Azul si estará cerrada hasta verano, toca acceder solo a su patio pero no podremos entrar. [Un pedazo de mi alma regresó a mi cuerpo].
Ese día nos dedicamos a caminar por todo el complejo, entramos al palacio Topkapi y a las mezquitas que pudimos, contemplamos a Santa Sofía por fuera, fuimos a la Cisterna antigua, nos comimos dos Kebab cada uno y al caer la noche escuchamos el llamado a la oración enfrente de la Mezquita Azul.
También vimos como iluminaban todo el complejo y entonces lloré, parte de mi sueño ya se había cumplido.
REGATEANDO EN EL GRAN BAZAR…
—Señor, ¿Cuánto cuesta esta cartera?
—100 liras.
—Ah ok, muchas gracias.
—No, no, ven, aquí tengo más, te la dejo en 80 liras, ve, ésta es de colores, llévatela.
—Ummm, ya, pero es que yo sólo tengo 40 liras.
—Bueno, te la dejo en 45.
—Ummm, no, bueno, voy a pensarlo señor, gracias, voy a seguir viendo.
—No, pero si no has visto bien aún, compra esta, te la dejo en 40 liras entonces.
—Que no señor, que voy a seguir viendo y cualquier cosa vuelvo, a penas estoy empezando el recorrido. [Mirada de rabia de parte del vendedor en este momento].
Pues sí, me acababa de dar cuenta del error número uno que no se puede cometer en el Gran Bazar: Preguntar por precios si realmente no estas interesado. También me di cuenta que la mayoría de lo turcos hablan español y francés y chino y todos los idiomas que uno quiera con tal de vender.
Entre otras cosas, también entendí el porqué son catalogados como los mejores comerciantes del mundo, hacen lo que sea por vender y son expertos en dar un precio alto para luego bajarlo a un costo ridículo con el fin de que te veas sumamente tentado a comprar.
¡Son los genios del comercio, ellos sí que son turcos!
POR LAS AGUAS DE EL BÓSFORO
“¡Qué gaviotas más bonitas!”, “Wow, mira el color del mar y los edificios antiguos alrededor”, “Tómame una foto aquí y otra aquí”, “Yo sí que no puedo creer tanta belleza”. Todo esto era parte de mi monologo al llegar a las aguas de El Bósforo para tomar el crucero que salía a las 10:30 am.
Nos embarcamos y enseguida me peleé con un chino por el puesto de la ventana: “No -le dije- aquí voy yo, lo siento” y como no me hacía caso lo empujé ¡Qué vergüenza!
Pero es que sentía tanta euforia y emoción que no me importaba nada, estaba en El Bósforo, iba a pasear por unas de las aguas más antiguas tanto de Europa como de Asia, uno de los primeros canales para conectar el comercio entre ambos continentes hace muchos siglos atrás, portador de una de las mejores vistas y atardeceres que existen y bla bla, bla bla, bla bla… No iba a dejar que nada se interpusiera en mi momento, ni siquiera un chino.
Fueron seis horas navegando, hicimos paradas en dos pueblos, comimos pescado, subimos a una fortaleza antigua, vi gaviotas volar y volar a mi lado, toqué el mar, tomé fotos, me emocioné, dormí un rato, canté un poco, leí poemas de un librito de Lord Byron que cargaba, hice y viví muchas cosas que siempre voy a recordar con cariño.

siendo feliz en las aguas de El Bósforo
UN ATARDECER DE ENSUEÑO
El reloj marca las 5:30 pm, es hora de ir a ver la puesta de sol en la Torre de Gálata, había leído que desde allí se veían atardeceres alucinantes y que tenía una de las mejores vistas de la ciudad. Llegamos emocionados, era la hora perfecta.
—¿Qué? ¿Tú estas viendo esa cola? ¿Todas esas personas vienen a lo mismo? ¡No puede ser cierto!
—Al parecer sí y por los vientos que soplan tendremos que esperar mínimo una hora para subir.
—¿Una hora? Pero si esperamos todo eso no vamos a alcanzar a ver la puesta de sol, se nos va a pasar el tiempo, tenemos que hacer algo.
En ese momento me dirigí a la puerta y le pregunté al vigilante que hasta qué hora duraría la puesta de sol y me dijo que la hora propicia para ver el atardecer era a las 6:40 pm.
Yo -como cosa rara- desconfié y no le creí, pensé que me estaba diciendo eso porque sabía todo lo que íbamos a durar para subir y no quería que nos fuéramos. Pasé mi rato amargo y me resigné, teníamos que subir ese día porque sí, no teníamos otra opción.
Llegamos arriba exactamente a las 6:40pm y de inmediato me topé con una vista fantástica, saqué la cámara, no podía parar de tomar fotos, la gente me empujaba, yo los empujaba a ellos y de repente, empezó a caer el sol, el cielo se tornó azul, rosa y naranja y al fondo se vía el mar, Santa Sofia y la Mezquita azul.
Era demasiado todo aquello, me pellizqué para comprobar si era real y sí, sí lo era porque me quedó ardiendo el brazo.
Aquél atardecer era la mejor poesía que había visto en el cielo. Me sentí mal de haber dudado del señor vigilante, me sentí mal de no haber estado allí antes, sentí pena por todos lo que no han podido verlo, sentí dicha por mi, por tener la oportunidad de estar ahí, un sentimiento de belleza mezclado con un no sé qué me traspasó como una estaca el corazón.
LA DESPEDIDA…
Iba observando atenta por la ventana del bus camino al aeropuerto, no espabilaba, quería seguir aprovechando la ciudad hasta el último segundo, observaba los techos viejos y caídos, las casas de piedra, una niña jugaba con una cabra, una señora parada en su jardín tomaba el té, tenía una mirada cansada.
Llegué en silencio al aeropuerto (sentía un pequeño duelo), ya era hora de marcharse, que rápido había pasado todo.—Voy a tomarme el último té, creo que es una buena forma de decir adiós —Dije.
Me lo tomé observando el color vinotinto que tenía. Pensé en sangre, en vino, en la bandera de Turquía, en el tranvía de Taksim, en rubíes.